El café de las horas

Era un día más en la ajetreada agenda de Aurora. Como cada tarde a esa hora estaba en
aquella cafetería que hacía esquina en su manzana.
Era un sitio pequeño, casi familiar, en el que pocas veces entraba alguien nuevo.
Conocía a todo el mundo allí, lo que le permitía abstraerse totalmente de lo que le
rodeaba y centrarse en su trabajo mientras se tomaba ese café tan rico que preparaba
Sandra, la dueña. Pero aquel día, Marta, que se había instalado el día anterior en el barrio, había salido a
conocerlo un poco mejor y a olvidarse un poco de la mudanza que después de dos días
le parecía eterna.
En su paseo por aquellas calles estrechas de edificios antiguos encontró una cafetería
que le resultó muy acogedora. Nada más cruzar el umbral se sintió en casa.
Los miedos por su nuevo destino se habían esfumado. Ya no le preocupaba no conocer
nadie allí. Por primera vez sentía que podría hacer nuevos amigos.
Su único problema en ese momento era elegir mesa y café.
Mientras recorría con su mirada la sala buscando la mejor ubicación, su mirada se cruzó
con Aurora. Lo cierto es que no pasaba desapercibida. Tenía una belleza rara, de esas
que son una entre un millón. Sus rasgos, por separado, no eran especialmente
llamativos, pero la combinación de todos la hacían destacar entre la multitud.
Además, el grado de concentración en el que se encontraba en ese momento hacía que
frunciera su ceño, como si tuviera un gran misterio que descifrar.
Y en cierta forma lo era.Aurora era artista. Amaba la pintura, aunque su fuerte era la escultura. Hacía mil cosas
y todas ellas bien, salvo una: llevar la contabilidad de su empresa. Los trimestrales para
ella eran peores que tratar de averiguar dónde se encuentra el santo grial.
El ruido de un plato cayendo contra el suelo la devolvió a la realidad, al menos en parte.
Miró la hora y se dio cuenta de que ya llegaba tarde. Otra vez. Como siempre.
- ¡Mierda! – gritó Aurora haciendo que toda la cafetería la escuchara, aunque ella
pensó que lo dijo para sí misma.
Recogió sus cosas tan rápido como pudo y se precipitó hacia la puerta.
- ¡Ey, espera! ¡Te dejas el móvil!
Por suerte para Aurora, Marta no había dejado de mirarla en todo el rato y había visto
cómo se dejaba el iPhone sobre la mesa. Sin pensarlo más se levantó para dárselo.
Llevaba minutos pensando de qué forma podía entablar conversación con ella, pero le
sabía mal desconcentrarla. Sin embargo, el destino tenía claro que debían conocerse.
- Joder, gracias. No sé ni dónde tengo la cabeza -dijo Aurora mientras Marta le
sonreía – Te debo una. - Me conformo con que me invites a un café. –contestó Marta.
¿De dónde había salido eso? Marta no era tan atrevida, o eso creía ella. Quizás
simplemente nunca se había sentido así de atraída por nadie. No podía perder la
oportunidad.
- Estoy aquí todas las tardes. Cuando quieras vienes y te lo cobras.
Y tanto que se lo iba a cobrar, aunque en realidad lo que le importaba no era el café.
Al día siguiente Marta volvió a la misma cafetería y allí estaba Aurora, tal como había
prometido. En la misma mesa y con la misma cara de concentración.
Aunque a Marta le sabía mal romper aquel hechizo que la mantenía frente al ordenador
no quería perder su oportunidad, así que se acercó a ella de forma discreta con la
esperanza de ser vista antes de tener que molestarla. Pero no fue así.
A esas alturas ya estaba delante de su mesa mirándola demasiado fijamente como para
no decirle nada.
- Hola, desconocida. He venido a por mi café. – dijo Marta con más vergüenza que
otra cosa.
- Ay, hola… perdona, ni te había visto. El papeleo me lleva loca. – contestó Aurora
aún un poco fuera de onda.
Pero volvió a mirarla y la vio por primera vez. Parecía una de esas chicas de anuncio de
perfume, simplemente perfecta.
- Si quieres lo dejamos para otro momento… -dijo Marta haciendo amago de
marcharse.
- ¡No, no, tranquila! Deja que quite estos trastos de la mesa… Me vendrá bien un
descanso… y la interacción humana…
Marta no pudo evitar reírse. Se sentó en la silla que antes ocupaba la bolsa de Aurora.
Sin saber cómo el primer café se convirtió en tres más y en una invitación a cenar.
- Yo vivo aquí al lado, por eso bajo todas las tardes. Comparto piso con tres
personas más y la verdad es que tanto jaleo en casa me supera.
- Ah, pues yo me acabo de mudar también al barrio, ayer salí por primera vez a
conocer el barrio, y, bueno, también te conocí a ti.
- Entonces, ¿estás aquí sola?
- Si, me han destinado aquí por trabajo y la empresa me ha conseguido este piso.
- Imagino que si llegaste ayer aún tendrás la nevera vacía…
- En realidad, hice compra de supervivencia, tengo una pizza congelada y un vino
tinto esperándome en casa… si quieres la podemos compartir.
¿Otra vez? ¿Quién eres y qué has hecho con Marta? Ni ella sabía de dónde estaban
saliendo esas palabras, pero si eran parte del cambio que estaba dando su vida al
cambiar de ciudad le gustaba. - ¡Claro! Pizza y vino, ¿qué mejor plan puede haber? – dijo Aurora con una sonrisa
que Marta no llegó a entender del todo.
Pidieron la cuenta y cambiaron la cafetería por el piso de Marta y el café por vino.
La casa era pequeña pero acogedora, aunque se notaba que aún no había tenido tiempo
para decorarla. Quizás no lo llegaba a hacer nunca, no sabía cuánto tiempo se quedaría.
Las cajas de la mudanza, unas llenas y otras vacías se acumulaban en las habitaciones,
pero sobre todo en el pasillo. Había sacado lo justo, un par de fotos, algo de ropa y el
maquillaje. Aún no había necesitado más.
- Te estará echando de menos tu novio, ¿no? – preguntó Aurora.
- ¿Novio? -contestó Marta- no sabía que lo disimulaba tan bien…
- ¿Novia? – Aurora decidió hacer un cambio rápido aunque se sentía un poco
avergonzada por haber supuesto que era hetero – Porque no me creo que no
tengas pareja…
- Creo que tú ves algo que el resto no ve… - dijo Marta recuperando la timidez que
la caracterizaba.
- Si no lo ven están ciegos… ciegas, ciegas… - corrigió Aurora tan rápido como
pudo.
En ese momento las dos se volvieron a mirar, pero esta vez de otra forma. Ahora,
además de sentir la química por separado, también sabían que era mutua.
La tensión del momento se intensificó cuando Aurora se acercó a Marta. No dejaba de
mirar su boca, era demasiado perfecta para ser real.
El tiempo se paró en el momento en que Marta la besó.
Fue un beso buscado pero inesperado. Sutil pero apasionado. Delicado pero firme.
En cuanto Marta dejó de besar a Aurora, Aurora puso su mano en la nuca de Marta y la
acercó hacia ella. Sus cuerpos se rozaron por primera vez y sus labios se volvieron a
juntar, pero esta vez fue distinto. La tensión previa dio paso a una pasión descontrolada.
No tardaron más de un minuto en empezar a desnudarse, y es que Marta llevaba
imaginado ese momento desde que la vio por primera vez en la cafetería.
Marta le sacó apresuradamente la blusa a Aurora por encima de su cabeza, si hubiera
podido evitar desabrochar un botón más lo habría hecho. Tenía demasiada prisa.
Aurora empezó a besarle el cuello a Marta, como si le hubieran dicho que ese era su
punto débil. Mientras Marta se deleitaba con la situación, Aurora deslizaba su mano por
debajo de la falda, haciendo que a Marta se le escapara un gemido tímido que pronto
se convirtió en otro y otro…
- ¿Vamos a la cama? – preguntó Marta.
- Está demasiado lejos, viendo la velocidad con la que está pasando todo no creo
que lleguemos a tiempo. – contestó Aurora. Marta sonrió y pensó que tenía razón. El pasillo era largo y no lo iban a recorrer sin más.
Probablemente se entretuvieran por el camino. Así que decidió tomar las riendas de la
situación y se sentó sobre Aurora obligándole a estirar el cuello dejándolo expuesto. Lo
cubrió de besos y algún que otro mordisco mientras Aurora la cogía por las caderas
deslizando cada vez más sus manos hacia el culo.
Aurora agarró fuerte el culo de Marta mientras Marta lamía su cuello de abajo arriba
hasta llegar a su lóbulo. No llevaba pendientes, de hecho, se acababa de dar cuenta de
que ni siquiera tenía los agujeros hechos. ¿Quién se habría fijado en eso antes? Estaba
demasiado ocupada.
Se quitaron la poca ropa que les quedaba porque a esas alturas solo molestaba.
Las braguitas de encaje rosas de Aurora quedaban genial en el suelo de Marta.
Marta aprovechó su posición para hacer que Aurora volviera a sentarse en el sofá
mientras ella bajaba al suelo situando su boca a la altura ideal para besar sus muslos.
Siguió acariciando su cadera, su pubis, su abdomen, mientras que Aurora
inconscientemente abría cada vez más las piernas incitando a Marta, quien no se pudo
resistir y terminó por meter su cabeza entre las piernas y empezar a lamer sus labios
abriéndose paso hacia el clítoris.
Aurora lo único que podía hacer en ese momento era gemir y sujetar la cabeza de Marta,
apretándola hacia ella de forma que podía controlar la intensidad con la que Marta le
lamía. Solo podía pensar que esa estaba siendo la mejor experiencia de su vida, aunque
después de eso duró poco. Sus músculos comenzaron a tensarse, sentía la necesidad de
agarrar fuertemente el pelo de Marta y tirar de él. Marta sabía que Aurora estaba a
punto de explotar y aumentó la intensidad mientras pasaba sus brazos por detrás de sus
caderas para apretarla contra ella y acercarse incluso más.
Aurora estiraba la cabeza y el torso hacia atrás, esperando la descarga. Sus gemidos se
intensificaron, aumentaron de frecuencia y de volumen hasta que cesaron. Todo su
cuerpo se contraía, las piernas le temblaban y la fuerza le fallaba. Había sido muy
intenso, pero no había terminado ahí. Ahora era el turno de Marta.
Cuando Aurora fue capaz de incorporarse empujó ligeramente a Marta desde sus
hombros haciendo que se tumbara en el suelo. Marta la miraba con una sonrisa pícara
que resumía lo que ambas sabían que iba a pasar.
Aurora no podía dejar de mirar las tetas de Marta, eran las más redondas que había visto
nunca y aunque no eran muy grandes tenían el tamaño perfecto para su mano.
Empezó a rozarlas con las yemas de sus dedos, dibujando su contorno inferior y
subiendo para terminar pellizcando ligeramente sus pezones.
Con cada pellizco Marta se contraía. Dejaba que el aire entrara por boca pese a la fuerza
que estaba haciendo para no abrirla, haciendo un ligero ruido.
- ¿Tienes algún juguete? – Aurora suponía la respuesta, aunque lo que realmente
quería decir era si los tenía a mano o en las cajas de la mudanza.
- Fue lo primero que saqué, están en ese cajón. - ¿En el salón? Mujer previsora…
- Tengo varios situados estratégicamente. En ese cajón hay varios, elige el que más
te guste.
Aurora abrió el cajón y encontró varios juguetes muy distintos. La mayoría los conocía,
pero de algunos tan solo podía suponer qué eran. Tuvo que dedicar unos segundos a
elegir el que mejor combinaba con la situación. Una pequeña bala vibradora blanca fue
la elegida. Le permitiría seguir jugando con todo su cuerpo.
Volvió con Marta sin enseñar lo que había cogido y le pidió que cerrara los ojos.
- Es una sorpresa. -dijo Aurora con la voz más sexy que había puesto hasta ese
momento.
- Me encantan las sorpresas -dijo Marta mientras cerraba los ojos y se estremecía
por imaginar lo que estaba a punto de pasar.
Aurora se tumbó de lado junto a ella, encendió la bala y la acercó a su oído para que
pudiera escuchar la vibración. Desde ahí la puso en contacto con su piel y la fue
deslizando por su cuello, pero pensó que sería más divertido que no supiera el camino
que iba a trazar, así que la levantó para colocarla en su muslo, lo que sorprendió a Marta.
Fue subiendo la bala y acercándola a su vulva, pero cuando estaba a punto de llegar la
volvió a levantar, colocándola esta vez en su pecho izquierdo. Desde ahí rozó
ligeramente su pezón arrancándole un gemido para después repetir la operación unas
cuantas veces más.
Al final la colocó sobre sus labios, haciendo círculos para conocer la respuesta de Marta,
y cuando estuvo segura de que la intensidad era la adecuada, deslizó la bala entre sus
labios llegando al clítoris.
No necesitó mucho más para lograr que Marta alcanzara el orgasmo. Era la escena más
sexy que había visto nunca. Su cuerpo se estremecía de placer frente a ella. Abría la boca
para tomar aire como si no recordara bien cómo hacerlo, pero ningún sonido salía de
ella. Esta vez era ella la que fruncía el ceño.
Un suspiro más profundo de lo habitual puso fin al encuentro, quedando las dos
recostadas sobre aquel suelo, con la respiración entrecortada y una nueva historia que
contar.
- Cuando quieras te invito a otro café – sentenció Aurora mientras miraba a Marta
y sonreía.